lunes, 27 de octubre de 2008

Las uvas de la ira.



"(...) Las casas quedaron vacías en la tierra, y por eso la tierra quedó también vacía. Sólo las carrocerías de los tractores, de hierro moldeado, plateadas y brillantes, seguían viviendo: y vivían con fuerza de metal, gasolina y aceite; y brillaban los discos de sus arados. Los tractores tenían las luces encendidas, porque para los tractores no hay diferencia entre la noche y el día, y en la noche los discos hendían la tierra y resplandecían a la luz del día. Y cuando un caballo cesa en su trabajo y se va al cobertizo, quedan una vida y una vitalidad, hay respiración y calor de vida; y hunde sus cascos en la paja y sus mandíbulas estrujan el heno, y las orejas y los ojos están vivos. Hay un calor de vida en el pesebre, y el calor y el aroma de la vida. Pero cuando se detiene el motor de un tractor, queda tan muerto como el mineral que le dio consistencia. Se va de él el calor, como el calor de la vida abandona a un cadáver. Entonces las puertas de metal se cierran y el hombre del tractor se va al pueblo, a su casa, quizá a veinte millas de distancia, y no necesita regresar en muchos meses, porque el tractor está muerto. Y esto es eficiente y fácil. Tan fácil, que no despierta asombro; tan eficiente, que nada asombra en la tierra y en su cultivo, y con este asombro desaparecen esa comprensión honda y la relación del hombre con la tierra. Pus la tierra no es ni fosfatos ni nitratos; y lo largo de la fibra del algodón no es la tierra. El carbón no es un hombre, ni la sal ni el agua ni el calcio. Es todo esto, pero es mucho más, mucho más; y la tierra es mucho más que su análisis. El hombre, que es más que la química, que camina sobre la tierra, que evita con su arado una piedra, que suspira por su cosecha, que se arrodilla en la tierra para comerse su almuerzo; ese hombre, que es más que sus elementos, conoce la tierra, que es más que un análisis. Pero el hombre-máquina, que guía con un tractor por una tierra que no conoce ni ama, comprende sólo la química; y desdeña a la tierra y se desdeña a sí mismo. Cuando se cierran las puertas de hierro moldeado, se va a su casa, y su hogar no es la tierra. (...)"



"Decía que una vez se fue al desierto a encontrar su propia alma y descubrió que no tenía un alma que fuera suya. Que descubrió que sólo tenía un pedacito de una enorme alma. Decía que el desierto no servía de nada porque su pedacito de alma no servía, a menos que estuviera con el resto, a menos que estuviera con el resto, y estuviera entera. Es curioso lo que recuerdo. Ni siquiera me daba cuenta de que estuviera escuchando. Pero ahora sé que un hombre no sirve para nada si está solo"

Las uvas de la ira (John Steinbeck)

Fotografias de Dorothea Lange

1 comentario:

Anónimo dijo...

Las fotografías de Dorothea lange que acompañan al texto de Steimbeck muestran el sufrimiento y la desesperación de aquellas personas que lo han perdido todo,y que no saben si mañana tendrán un pedazo de pan que llevarse a la boca.
Los rostros de las niñas que se agolpan junto a la madre no los vemos,pero los imaginamos tensos, crispados,llorosos..., sin comprender exactamente lo que pasa.