


Una mujer llora en el umbral de una casa que, a pesar de su apariencia externa, en su interior solo es ceniza. Descalza llora intentando con un pañuelo no ahogarse en el hedor. En sus brazos gime un bebe; poco importa que sea o no su ( o un ) hijo. Gime y sus ojos son una continuidad de su carne, como si cerrando sus ojos sus parpados no tuviesen pestañas.
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