Puig andaba despreocupado seis metros tras la verja que rodeaba la casa de sus padres. Andaba despreocupado, simplemente andaba por andar: sin motivo. Qué motivo iba a tener si no tenia obligación de ir a la escuela, ordeñar las vacas, matar un carnero o construir un granero. Puig tenia la suerte de no ser responsable de ninguna obligación, ya que era la persona más joven de la comarca tras el recién nacido Ander.
Así de despreocupado andaba el irresponsable Puig dando golpecitos a las flores, haciendo que estas pulverizasen su entorno con su polen, cuando, al llegar a la altura de la valla tras la cual su padre afanosamente cultivaba las lechugas, recordó cómo hacia pocos días en ese mismo lugar, mientras descansaba de sus juegos con los cubos de letras, se había visto rodeado de duendes. Duendes desnudos, delgados, de pelos enmarañados y sombreros de corteza, que, primero, le lanzaron cariñosamente hojas, tallos y musgo sobre su cuerpo, pero que, luego, cuando dio a conocer su nombre, comenzaron a hacer cabriolas, carcajeando locamente. Puig al principio se sonrojo timidamente y se acobardo un poco, pero luego no pudo evitar reírse y se emociono viendo a los duendes brincar y repetir su nombre: Puig!, Puig!, Puig!, musicalmente, histericamente, pero sobretodo graciosamente, hasta que lo abandonaron saltando y rodando hacia los bosques.
Así Puig se sentó junto a la valla, tapado por las hierbas rebeldes que tras este lado de la valla quedaban fuera de los cuidados de su padre, a esperar a los duendes.Pasaron varias bandadas de nubes hasta que, silenciosos, llegaron los duendes; pero esta vez comandados por su príncipe y , además, sus caras burlonas tenían otro brillo, mucho más perverso.Cuando los padres de Puig notaron su ausencia enseguida aceptaron que se trataba de un rapto de los duendes. Su madre no paraba de lamentarse: ya sabia ella que hacia tiempo que a Puig tenían que haberle otorgado responsabilidades.
( Dibujo de Brian Froud )
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