martes, 28 de febrero de 2017

Descubrir el mundo


" Somos el viento ", exclama la niña Mei, sujeta al mullido cuerpo del imponente Totoro, mientras sobrevuela en tan enigmática compañía el paisaje nocturno del satoyama que se ha convertido en su hogar provisional. El termino satoyama identifica una zona de frontera: la que se extiende entre la falda de una montaña y los terrenos cultivados por el hombre. Un espacio perfecto, pues, para el dialogo entre el ser humano y la Naturaleza, quizás el tema Miyazaki por excelencia: un diálogo que, en películas como Nausicaä o La princesa Mononoke, adquiere la forma de violenta confrontación y que, tanto en Totoro  como en Ponyo en el acantilado, se resuelve en armonia. Hacia el comienzo de la pelicula, Mei, su hermana mayor Satsuki y su padre intentan conjurar el miedo que les provocan los ruidos provocados por las ráfagas de viento del exterior. La frase que exclama Mei en el posterior vuelo nocturno cierra la puerta abierta en ese momento: el viento que el espectador ha escuchado al principio se desvela posible resultado de otro de los vuelos de Totoro y sus retoños (manifestaciones de una mirada animista), pero ahora la propia Mei (y su hermana) son parte activa en el recital de ráfagas, forman una consciente unidad con esa Naturaleza libre y prodigiosa que sólo una perversión del impuesto civilizador podría considerar antagonista del hombre.

Jordi Costa

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