El aburrimiento dominical
no siempre ha existido. Durante la Revolución Francesa, en las
tardes de los domingos existía una especie de fiebre, pues entonces el día del Señor era un triple día festivo: fiesta religiosa, claro
está, en que dominaba la oración, pero también fiesta pagana
llena de juegos y de danzas; fiesta transgresiva, en último termino , que indicaba la resistencia de las poblaciones a la reforma del
calendario. La revolución, en efecto, había abolido la
semana, culpable de no dividir con exactitud ni el mes ni
el año: ya no sé descansaba el domingo, sino cada 10 días,
cada " decadi". Y estaba castigado con multa aquel que seguía el
antiguo calendario y el que se endomingaba semanalmente, Vanos
esfuerzos : la represión del domingo significó su relanzamiento
; incluso aquellos que despreciaban esta fiesta durante el
antiguo régimen la celebraron de nuevo, aunque solo fuera para indicar
su rechazo a la disciplina decadaria.
Pero el calendario de Romme no
sobrevivió al episodio revolucionario: pronto volvió todo a la
normalidad, el decadí desapareció en las mazmorras de la historia, y el
domingo recupero su trono. Pero no por mucho tiempo : apenas reinvestido de sus antiguos privilegios, el monarca dominical sufrió un
nuevo asalto. Esta vez el ataque procedía del capital, que no estaba
dispuesto a conceder a los obreros ni un solo día de reposo, ni siquiera
el que el propio Dios dedico a desperezarse. A lo largo de todo el siglo, los
filantropos y los reformadores sociales se pelearon con la revolución industrial más sacrílega todavía que Revolución de 1789. Es preciso,
dijeron, restablecer el domingo a fin de conciliar el orden social con el
auge de la economía. Pero ¡cuidado! no el domingo febril y clandestino de la
primera República. No ,un domingo austero, familiar, íntimo y como es
debido, un día de reposo doméstico y de templanza, en el que cada hogar
se repliegue silenciosamente sobre sí mismo, tiempo de ayuno y no de
efervescencia, momento negativo definido únicamente por la ausencia de
trabajo, vacación tan apacible que lleva a desear el retorno de los días
de la semana y del trabajo. Nosotros somos los herederos de ese
embotamiento. Si el domingo nos sentimos especialmente tristes es una
reacción de amantes estafados: allí donde el tiempo sagrado
debía suspender la tensión y las preocupaciones profanas,encontramos un monstruo: la banalidad sin el trabajo.
Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut
domingo, 12 de septiembre de 2021
El aburrimiento dominical
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